La jornada de los cuidadores como Raúl Cabrera, del Zoo de Barcelona, empieza temprano. A las 7:15 h ya están preparando el desayuno de los primates y comprobando que hayan pasado una buena noche. Aprovechan que los animales todavía están en el interior para limpiar el exterior. “Tenemos que dejarlo como nuestra casa el día que tenemos visitas”. Cuando todo está listo, se da la opción al primate de salir o no. “Antes, en los años 60 o 70, casi se les obligaba a estar en el exterior, pero ahora son ellos quienes eligen. Si no les apetece, no salen”. Una vez están fuera, se limpia la parte de dentro. “Allí tienen calefacción, iluminación, material para hacerse la guarida...” Durante el día, los cuidadores van suministrando comida a los primates como si estuvieran en su hábitat natural y se encargan de vigilar que los visitantes sean respetuosos con ellos. También son los responsables del enriquecimiento, es decir, de ofrecerles materiales y actividades que les hagan romper las rutinas, y de suministrar la medicación indicada por los veterinarios. “Los animales confían en nosotros, los cuidadores. Podemos llegar a hacer curas sin necesidad de anestesia”. Por la tarde, la hora varía según sea invierno o verano, les hacen volver a entrar a su guarida, donde ya les han dejado la cena. “En libertad, siguen prácticamente el mismo ritmo que en el Zoo”.
Sobre el papel, aquí se acaba un día de trabajo de Raúl y sus compañeros. Pero ¿realmente es así? “La implicación de un cuidador”, explica Raúl, “es de veinticuatro horas. Si tenemos a un animal enfermo, no nos vamos tranquilos. En estos casos, a menudo hacemos turnos para cuidarlos por la noche”.
Más allá del Zoo
El trabajo de cuidador exige vocación. Como mínimo es lo que rezuma el biólogo Raúl Cabrera. Habla con pasión de su trabajo y, sobre todo, de los animales a los que cuida. La implicación con ellos va más allá de sus tareas en el Zoo de Barcelona o de los cargos que ha ocupado en otros zoológicos como el de Madrid o Tenerife o proyectos como la Fundación Mona. Cabrera ha construido su vida, su día a día, con la intención de velar por el bienestar y la conservación de los primates. Con este objetivo fundó, junto con Laia Dotras, la organización SOS Primates. “El trabajo que desempeñamos aquí es voluntario. Actualmente colaboramos con el proyecto CRPL”. Son las siglas del Centro de Rehabilitación de Primates de Lwiro, situado en la República Democrática del Congo, donde se acoge a 76 chimpancés y 96 monos procedentes de la caza furtiva y del tráfico ilegal. Ellos trabajan para proteger a estos animales, “pero también para conseguir unas condiciones dignas para los trabajadores del centro y la población local”. Les falta mucha infraestructura y, por este motivo, aprovechando un cambio en el diseño, solicitó al Zoo de Barcelona si le podían donar los uniformes que se tenían que sustituir. “Ahora todo el mundo tiene dos mudas en el CRPL”.
Momentos inolvidables
No hace falta hacer cálculos para comprobar la dedicación casi exclusiva de Raúl Cabrera a los primates. “Hace tiempo que decidí que invertiría mis vacaciones en formarme, conocer y aprender. Nunca puedes decir que ya lo sabes todo”. Esta inquietud le ha llevado a realizar estancias en el prestigioso zoo de Jersey, en el Apenheul de Holanda y en el Monkey World, en el sur de Inglaterra, entre otros. Su primera experiencia in situ fue en Indonesia con el proyecto de Biruté Galdikas. Allí le invitaron a hacer una liberación de orangutanes. “Fue uno de los momentos más emotivos de mi vida. Inolvidable”. Pero no es el único. Trabajar con bonobos en el Congo le impresionó, así como poder estudiar y compartir vivencias con los langures de Delacour, de los que solo quedan 200 ejemplares, en el santuario EPRC de Vietnam. “Me sentí superafortunado. Es como ser fan de Bruce Springsteen y que puedas asistir a un concierto unplugged para muy pocas personas en un teatro pequeño”.
Una carta guardada
The Boss sirve, también, para hacer otro símil con la vida de Raúl Cabrera, natural del Prat, y una carta que él conserva como lo haría un fan de Springsteen con la harmónica con la que hubiera tocado The River. Cabrera todavía era un niño cuando compró Ecología y vida en el quiosco. En el primer número había el libro Gorilas en la niebla, donde se narraban las experiencias Diane Fossey. “Lo leí y aluciné”. De hecho, le impactó tanto que escribió una carta explicando lo que había sentido a la Fundación Digit de la famosa primatóloga en Estados Unidos. “Puse el equivalente a unos veinte euros que mi hermano, que trabajaba en el aeropuerto, me cambió a dólares”. La madre de una compañera suya de clase le ayudó a traducir el texto al inglés. “Todavía guardo la respuesta que recibí. No la esperaba y, si la leo ahora, me emociono”.
Seguramente, para hacer un trabajo como el de Raúl hay que tener una sensibilidad especial. Él asegura que le viene de su madre, “era muy generosa y siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás. Además, nunca me dijo no a llevarme un animal a casa”.
Manual del buen cuidador
Raúl Cabrera es el representante de la Asociación Ibérica de Cuidadores de Animales Salvajes (AICAS) a nivel internacional, la Federación Internacional de Cuidadores (ICZ). Comparten conocimientos, experiencias, tienen foros, organizan encuentros, “ahora estamos preparando un manual en imágenes porque muchos cuidadores de la India no saben leer”.
Según Cabrera, un cuidador debe ser observador, tener paciencia y empatía. Debe estar en buena forma física, mentalmente preparado y tener muy presente la seguridad: “el animal aprovechará una puerta que te hayas dejado abierta”. Pero finalmente lo acaba resumiendo en dos grandes principios: “un cuidador debe intentar vivir lo máximo que pueda de acuerdo con la naturaleza. Un cuidador debe tener ganas de ayudar”.
El biólogo también habla de “transmitir” y de la importancia que tiene que ellos dediquen su tiempo a explicar y enseñar el zoo. “Siempre que puedo, intento dar charlas y mostrar más de cerca cómo viven los animales”.
Una familia
Raúl Cabrera habla de los residentes en el Zoo como si fueran de la familia. Él no fue quien más estuvo con Copito de Nieve (“Copi”, como le llamaban los cuidadores), pero dice que era un animal excepcional. “Él sabía que era especial, pero con nosotros era muy amable. Era severo con sus “mujeres” e hijas y, en cambio, afectuoso y juguetón como cualquier abuelo con sus nietos”.
También habla de la chimpancé Tibé y de Jinga, a quien tuvieron que cuidar después de una operación para ponerle clavos en su brazo roto cuando era una cría. Muy pronto se irá a vivir a otro zoo porque ya se ha hecho mayor.
“A los animales siempre se les quiere. Siempre recuerdas a los animales que has conocido y con los que has trabajado. Y ellos, pase el tiempo que pase, siempre te recuerdan a ti”.